lunes, 14 de noviembre de 2016

El Rito

Tú eras la suma sacerdotisa
De un culto íntimo y secreto,
Y tu cama era el templo
En el que desnuda oficiabas.

Nuestros cuerpos, por turnos,
Altar votivo y sagrada ofrenda,
Danzaban en alabanza mutua,
Según la liturgia del deseo.

Tu lengua portaba la brasa,
Encendía el fuego ceremonial,
Y cánticos de entrega y fervor,
En una letanía de suspiros.

La bendición de tus manos,
Traía la certeza del paraíso,
La promesa de inmortalidad,
Ungida en oleos benditos.

Me ofrecías beber de tu cáliz,
Y, devoto creyente, bebía de ti,
De tu amor consagrado,
Que hacía santos los besos.

Sangre en la sangre enardecida,
En la comunión de la carne,
Se producía el primer sacramento,
Y derramaba mi fe en tu divinidad.

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